miércoles, 29 de diciembre de 2010

EPOCA PRECOLOMBINA.continuacion N# 2


5. La Diputación Provincial.

Deseando los sansalvadoreños establecer una Diputación Provincial Consultiva conoció de tres documentos importantes: una consulta del Intendente Interino Doctor Pedro Barriere, un parte del Comandante de las Armas Coronel José Rossi y un oficio de don Miguel Delgado, todos relativos a los sucesos acaecidos en San Salvador el 30 de septiembre al 4 de octubre del 1821.

Según consta en el Acta de la sesión de ese día, el gobierno provisional, después de estudiar el caso, dispuso: "que el señor don José Matías Delgado, en quien concurren las circunstancias más aparentes para el caso, fuese a San Salvador con amplias facultades, y procediese en todo, según la presencia de cosas, y en los términos que le dicte su prudencia, pudiendo reasumir el mando político, en lo que estimase necesario; y que en lo militar, pueda igualmente obrar con las mismas facultades".

El Doctor Delgado, en el acto mismo de aceptar la delicada comisión, propuso que en lugar del realista Coronel José Rossi se nombrara como nuevo Comandante de Armas de San Salvador "el Teniente de Batallón (del) Fijo de esta ciudad (de Guatemala) don Justo Milla".

En la misma sesión e inmediatamente después de dicho acuerdo, la Junta Provisional Consultiva concedió audiencia al Doctor Pedro Molina y a don Francisco Xavier Barrutia, apoderados de los señores Manuel José Arce y Juan Manuel Rodríguez, quienes expresaron, que "por el interés general que resultaba de afianzar el sistema de Independencia amenazado por hombres serviles y enemigos de él, pedían se tomase providencia para que desde luego se pusiese en libertad a sus poderdantes, y se procediese contra los que habían manifestado tanto servilismo; que se depusiese del mando al Intendente (acoto: Doctor Pedro Barriere) y (al) Comandante de las Armas (acoto: Coronel José Rossi), y se nombrase en esta ciudad (acoto: San Salvador) personal de toda confianza y decidido patriotismo para que fuese a gobernar dicha ciudad; ofreciendo además, cien patriotas manteniéndose de su propio peculio para que fuesen por vía de auxilio".

El Intendente inmortal José Matías Delgado aceptó el reto de la historia y se dirigió de Guatemala a San Salvador, vía Jutiapa Santa Ana, decidido a desempeñar un brillante rol en los destinos de su provincia natal.

6. ¡Abajo el despotismo!.

En Yupiltepeque, el Doctor José Matías Delgado topó a la escolta que conducía "a los reos" perínclitos; los puso inmediatamente en libertad y como parte de su séquito, ingresó con ellos a la ciudad de San Salvador, después de salvar la Cuesta del Atajo, el pueblo de Mejicanos y la Casa de Esquivel.

Todos fueron recibidos con júbilo popular y sobre todo "el padre Matías", ausente desde 1813.

Tres cuestiones capitales se presentaron al celo y diligencia del nuevo Intendente Jefe Político:

1°. La instalación de la Diputación Provincial en San Salvador;

2°. La disolución del Cuerpo de Voluntarios, que habían exigido los próceres sansalvadoreños desde 1813; y

3°. La organización de una Fuerza Armada, es decir, de una falange de la libertad capaz de defender los fueros de la Intendencia contra cualquiera futura perturbación política.

Así, el odioso Cuerpo de Voluntarios bajo la jefatura del Capitán don José Guillermo Castro fue totalmente desintegrado y depuestos de los Altos Mandos el Comandante de las Armas (Coronel José Rossi) y el Comandante de Banderas señor Teniente Veterano Argote.

El 27 de noviembre de 1821, una vez practicadas las elecciones, quedó instalada la Diputación Provincial de San Salvador, compuesta por el Doctor e Intendente José Matías Delgado y los señores Manuel José Arce, Juan Manuel Rodríguez, Leandro Fagoaga, Miguel José de Castro y Lara, Juan Farnós y Presbítero Basilio Zeceña, como vocales.

En una exposición ulterior dirigida al Brigadier Vicente Filísola por los realistas sansalvadoreños residentes en Guatemala, la cual fue fechada el 17 de mayo de 1822, se rememora la llegada del Doctor Delgado a su nativa ciudad en los siguientes términos: "Con su entrada en la ciudad, llegó todo a lo sumo, porque revestido de toda la autoridad como Jefe Político, Intendente, Comandante General de las Armas, (se hizo) recibir con el aparato de un Capitán General".

San Salvador, cuna del liberalismo, se iba a convertir en el centro dinamizador de la emancipación política y del principio de la Independencia general y absoluta.

El ilustre Licenciado José Venancio López, quien en mala hora abrazó la causa del imperio iturbidista, en escrito fechado en la ciudad de Guatemala el 24 de febrero de 1822 hace clara alusión el cambio de circunstancias en San Salvador a raíz del nombramiento de su líder máximo como Intendente Jefe Político y de los poderes cuasi omnímodos que recibió para apaciguar a la ciudad rebelde.

"Convencido sin duda" el partido liberal republicano -dice- que en esta capital (acoto: la ciudad de Guatemala) no podrá lograr o por lo menos que era muy lenta y vacilante su conquista, dirigió sus primeras miras a la Provincia de San Salvador, única de todas, en que podía trabajar con algún éxito por la predisposición de sus vecinos (acoto: a la libertad).

Para acalorarlos pasaron emisarios de los más exaltados y turbulentos, y por un efecto de suma desgracia (acoto: para los realistas o imperialistas) se destinó al mando de la misma al Padre José Matías Delgado.

Este buen eclesiástico, hombre inquieto y bien conocido ya de los republicanos con quienes estaba en perfecta unión en esta capital, se creyó a propósito para sosegar algunas inquietudes en San Salvador, por el influjo que tenía como natural de ella en su vecindario, pero ha surtido todo el efecto contrario (acoto: Delgado se erigió como el más opositor a los imperialistas).

Dominado de una ambición insaciable, entregado de todo a los republicanos, comenzó desde luego a desplegar sus ideas peligrosas, a dar las pruebas más inequívocas de ser el principal motor de todos los males, y de la emigración de multitudes de familias (acoto: imperialistas) que con abandono de sus intereses, han salido precipitadamente de la ciudad capital de San Salvador.

Ella es por decirlo así, el foco, el centro de la rebelión y del desorden.

Ella es en una palabra, el áncora de las esperanzas de los republicanos".

En verdad, difícilmente puede hallarse en la documentación histórica de la época ¡un homenaje más hermoso a San Salvador y al líder máximo de la revolución emancipadora y republicana!.

Años más tarde, el prócer, literato y orador parlamentario guatemalteco don José Francisco Barrundia, escribió dirigiéndose a los salvadoreños: "Yo no le temo, yo apelo a vuestros principios, a vuestros hechos y a vuestra noble firmeza en la escuela de la guerra y en la carrera de la revolución. ¡Oh salvadoreños! vosotros sabéis lo que es la Patria y la Independencia, sentís en vuestros corazones la libertad republicana".



ANEXIÓN AL IMPERIO MEXICANO

1. El gran compromiso.

En la Junta de Notables celebrada en la ciudad de Guatemala el 15 de septiembre de 1821, el Doctor José Matías Delgado había sintetizado magistralmente el contenido y destino de las luchas emancipadoras iniciadas en San Salvador el 5 de noviembre de 1811.

"No queremos -dijo- dependencia de España ni unión a México. Independencia absoluta queremos".

Sin embargo, con el fin de no imponer un criterio político sino que los pueblos decidieran libremente y mediante el juicio de sus representantes respecto a sí el Reino de Guatemala se incorporaría a México o constituiría por sí mismo un estado separado, se dispuso convocar a un Congreso Nacional a reunirse en la capital del reino el 1° de marzo de 1822, como único organismo con plenos poderes o facultades para pronunciarse sobre este importante asunto.

En su "Manifiesto", del 15 de septiembre de 1821, el Presidente de la Junta Provisional Consultiva Brigadier Gabino Gaínza recordó: que en la Junta de Notables de ese día, cuando se indicó al pueblo congregado en el Palacio de los Capitanes Generales de Guatemala que "la institución del nuevo Gobierno y sanción de la ley fundamental deben ser obra de los representantes de los pueblos, las vivas fueron señal indudable de la voluntad general".

El Brigadier Gabino Gaínza, felón de España pero aún traidor a Centro América, manifestó sin equívocos que el Acta de 1821 debía mirarse " Como el preliminar de la Carta Grande que debe asegurar nuestros derechos" y eufórico espetó: "¡Que vengan a esta capital sus Diputados o Representantes, que manifiestan a la faz del mundo la voluntad de sus Provincias; que designen la forma de Gobierno y decreten la Constitución Política que os ha de elevar a la felicidad a que os llama la posición geográfica de vuestro suelo".

En un oficio dirigido a las Diputaciones Provinciales de Comayagua y León el 22 de octubre de 1821, el Brigadier Gabino Gaínza expresa: "Es verdad que en ella (el Acta de Independencia) no se hace mención alguna del plan del señor (Agustín) Iturbide, porque se ha reservado al futuro congreso la deliberación importantísima de si estas provincias deban formar un Estado separado, o agregarse al imperio mexicano".

"Sean los mismos pueblos - reafirma enfáticamente Gaínza- quienes por medio de sus legítimos representantes elijan el partido que les parezca más adecuado al goce de la felicidad a que aspiran; reúnase en Guatemala, como centro de unidad, un congreso facultado con poderes amplios para deliberar sobre la suerte futura de estas provincias. Unanse los mejores talentos y con presencia de las circunstancias acuerdan lo mas útil y benéfico. He aquí el verdadero sentido del Acta de 15 de septiembre".

Esta misma tesis fue expuesta por la Junta Provisional Consultiva de Guatemala a la Diputación Provincial de Comayagua, en oficio del 8 de noviembre de 1821 suscrito por el Brigadier Gabino Gaínza:

"Pero esta cuestión (la incorporación al Imperio Mexicano), de interés tan grande para las Provincias -decía- no puede ser decidida por esta Excelentísima Diputación Provincial, ni por Corporación alguna de cuantas existen constituidas. Los funcionarios no tienen otras facultades, que las que les da la ley, y la ley no nos ha facultado, para decidir si estas provincias deben serlo de México. Los Ayuntamientos tampoco tienen otra autoridad, que aquellas que les han dado los pueblos electorales; estos los eligieron para tratar las atribuciones que designa la Constitución, y en ella no se ve, la de resolver aquel punto".

"La voluntad general de los pueblos, es la que debe determinarlo; y esta voluntad sólo debe expresarse, por un Congreso formado de Diputados elegidos por los mismos pueblos, para decidir si todos ellos deben ser Provincias de la Nueva España (México).

Gaínza y la aristocracia del Reino recientemente emancipado de España olvidarían muy pronto estas verdades e inclinarían dócilmente la cerviz ante el sol resplandeciente de un Imperio.

Abjurarían del gran pacto, romperían el orden social y lanzarían a los pueblos a una guerra en que iban a oponerse contra el Imperio la República, la Aristocracia ante la Democracia y la Desigualdad contra la Igualdad, un conflicto en que, los Gobiernos de las ciudades de Guatemala y San Salvador constituirían los polos opuestos en la tremenda lucha ideológica y armada que culminó con la independencia general y absoluta, gracias a la gesta de los salvadoreños y de su máximo líder el Doctor José Matías Delgado.

Los actos subsiguientes a aquellos manifiestos y oficios realizados por Gaínza - dijeron nuestros próceres- probarían "a un mismo tiempo el servilismo y cobardía de este (miserable) jefe".

2. Repugnante Felonía.

El 18 de septiembre de 1821 el Brigadier Gabino Gaínza había comunicado al Brigadier Agustín Iturbide, que el día 15 anterior, "acorde con la voluntad general mandé que se proclamase, con toda la posible solemnidad, la Independencia deseada del Gobierno Español; y en medio de las tareas consiguientes al tránsito de un gobierno a otro, vuestras excelencia ha sido uno de los principales objetos de mi atención y la de Guatemala".

Ni lerdo ni perezoso, como leyendo entre líneas, con fecha 1° de octubre de 1821 Iturbide se dirigió a Gaínza manifestándole que tan pronto consolidó la independencia de la Nueva España volvió "los ojos a la ilustrada y bella Guatemala, conoció la necesidad de asociarla a su gloria y llamarla a la participación de la dicha que va a ser indefectiblemente el resultado de la Independencia".

Luego, agregó, que los "mutuos intereses (de la Nueva España y Guatemala) exigen su reunión bajo el plan general que se adopte de común acuerdo en las Cortes o Estados Generales que muy en breve deberán congregarse en la capital del Imperio (ciudad de México)"; y que esta comunicación "no tiene por objeto los amagos de una conquista cuyas ideas están por fortuna desterradas del mundo culto, sino ofrecer a ese hermano Reino la alianza más sincera con el Imperio Mexicano".

El 9 de octubre siguiente el prócer guatemalteco doctor Pedro Molina advertía: "¡Provincias de Guatemala!. Ved en los Estados Unidos (de América) el modelo de un gobierno libre, y la égida de vuestra independencia absoluta. Ellos vendrán a vuestro socorro si la ambición de un Imperio inmediato intentase arrebatarnos nuestra libertad, y hacernos provincias de un monarca mexicano.

Nosotros tenemos su voto y el de las repúblicas del Sur, nuestras hermanas Colombia, Chile y Buenos Aires saben el precio de la libertad, saben que las monarquías no son compatibles, ni con las luces, ni con los sentimientos, ni con circunstancia alguna de los pueblos americanos.

Saben marchar al frente de Escuadras y Ejércitos formidables para romper los grillos de la América, y sabrán en su caso prestar su fuerza victoriosa a nuestra república, y protegerla contra un emperador español".

"El plan del Sr. Iturbide (es decir, el Plan de Iguala o de las Tres Garantías) va atrasado doce años en nuestra marcha política. Congreguémonos nosotros en el seno de la paz; démonos la ley fundamental que conviene a nuestro siglo, y mostrémonos al mundo a la par de las repúblicas del Sur.

El Imperio (Mexicano) podrá ser grande, rico y fastuoso; y nuestras Provincias Unidas serán pobres y pequeñas desde luego, pero grandes en libertad y legislación, (y) ellas darán en pocos años un nuevo ejemplo al universo de la prosperidad y valor de un pueblo libre".

3. En brazos de la ignominia.

El 19 de octubre de 1821, el Brigadier Agustín Iturbide, en comunicado oficial al Brigadier Gabino Gaínza, fijó mas claramente su pensamiento político en torno a la eventual anexión del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano.

En efecto: él considera en dicho documento que la ciudad de México, como capital del imperio, es "el centro común que debe reunir todas las partes de este vasto continente, para su mutua defensa y protección".

"El interés actual de México y Guatemala es tan idéntico e indivisible -sentencia- que no pueden erigirse en naciones separadas e independientes sin aventurar su existencia y seguridad".

"Nuestra unión cimentada en los principios del plan de Iguala o de las Tres Garantías asegura a los pueblos el goce imperturbable de su libertad y los pone a cubierto de las tentativas de los extranjeros".

Insistiendo, en su odio a la democracia representativa, el infortunado Brigadier del Imperio indica que el "carácter social" de los "establecimientos puramente democráticos... es la inestabilidad y vacilancia, que impiden la formación de la opinión, y tienen en perpetuo movimiento todas las pasiones destructoras del orden"; y que hay que tener sumo cuidado al "pasar el cuerpo político de la excesiva rigidez a la absoluta relajación de todas sus partes", poniendo coto a "la manía de las innovaciones republicanas".

"Si aspiramos al establecimiento de una monarquía, es porque la naturaleza y la política nos indican esta forma de gobierno en la extensión inmensa de nuestro territorio, en la desigualdad enorme de fortunas, en el atraso de las costumbres, en las varias clases de población, y en los vicios de la depravación, identificada con el carácter de nuestro siglo".

El grandioso espectáculo del Imperio Mexicano, "a cuyo nombre están vinculadas las ideas de grandeza y opulencia" - agregaba Iturbide- "perdería gran parte de su influencia si no recibiera toda la extensión en el vasto continente del septentrión, en que está comprendido ese Reino (de Guatemala) cuyos límites se confunden con los nuestros, como si la naturaleza hubiese destinado expresamente ambas porciones para formar un solo poderoso Estado".

Para terminar su largo oficio, al futuro y bastardo Emperador de México anuncia al pusilánime y versátil Brigadier Gaínza, "que ha marchado ya y debe en breve tocar en la frontera una división numerosa y bien disciplinada que llevando por divisa: Religión, Independencia y Unión... reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su patria".

El anuncio de que una columna imperial mexicana de 600 piezas, marcharía de Oaxaca a Guatemala, vía Chiapas, y a las órdenes nada menos que del Coronel Antonio Flon, Conde de la Cadena, para proteger con sus armas "los proyectos saludables de los amantes de la Patria" que así llamaba el Brigadier Agustín Iturbide a los aristócratas imperialistas, fue el toque maestro para que los enemigos de la libertad e independencia, para que los adoradores de las testas coronadas en el Reino de Guatemala, comenzaran a maquinar.

El envío de tropas de ocupación a un Estado libre y contra un pueblo que no había decidido su destino a favor del Imperio Mexicano constituía una ignominia; pero tal era la euforia que nadie advirtió, que el Brigadier Iturbide jamás estaría a la altura de Bolívar, el Libertador.

El caraqueño universal espetaría: "No es el despotismo militar el que puede hacer la felicidad de un pueblo. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria".

4. Respetar la majestad de la ley.

El 30 de noviembre de 1821 el Brigadier Gabino Gaínza y la aristocracia empolillada de provincia, seguros de la próxima llegada de las fuerzas imperiales de ocupación, renegaron jubilosamente del Acta de Independencia de 1821 y perpetraron en los fastos nacionales la primera traición a la Patria, la primera violación a su status jurídico, el primer desacato a su Ley Fundamental o constitutiva.

Ese día, de ingrata memoria para los libres, cayó sobre lo que más tarde sería Centro América la sombra de la ignominia y el deshonor nacional. En espuria circular a los ayuntamientos del Reino de Guatemala el Brigadier Gabino Gaínza expresó:

"He reconocido que no tiene (la Junta Provisional Consultiva de Guatemala) facultad para decidir la Independencia (de Centro América) con respecto del Imperio Mexicano o la unión a él mismo; que no ha consultado la una, ni repugnado la otra; que la voluntad de los pueblos manifestada por medio de sus representantes es la que podría resolver este punto; que las circunstancias no permiten esperar la reunión de los Diputados a cuya elección fueron invitados, y que en tal caso los Ayuntamientos elegidos por los pueblos, podían en Consejo abierto expresar la opinión de éstos".

¡Era la puñalada monarquista asestada en el corazón de la Patria!

¡Era uncir el Reino de Guatemala, de hecho y no de derecho, al carro victorioso del Imperio Mexicano! ¡Era, en fin, aceptar a discreción la servidumbre, el nuevo vasallaje, la indigna dependencia!.

El traidor Gaínza y sus secuaces ni siquiera recordaron estas palabras del Brigadier Agustín Iturbide, pronunciadas cuando penetró y tomó la plaza de México: "Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices; se reunirán las Cortes (Cámaras Legislativas); se sancionarán las leyes que deben hacernos felices; completad en el Soberano Congreso la grande obra que empecé; y dejadme que vuelva al seno de mi tierra y amada familia".

Con una actividad digna de mejor causa, los Ayuntamientos del Reino de Guatemala dominados por la aristocracia; es decir, por los notables y el clero, se fueron pronunciando sin tener facultades para ello, en favor de la anexión incondicional al Imperio del Anáhuac, porque, como dirían nuestros próceres, "la unión a México bajo el Plan de Iguala... fue como una trinchera a que se acogieron los enemigos de la Independencia".

La Diputación Provincial de San Salvador, que al instalarse había jurado ser fiel al gran pacto del 15 de septiembre de 1821, no recibió el oficio del 30 de noviembre de dicho año.

No obstante, en sesión de 12 de diciembre siguiente, acordó rehusar el contenido del mismo "como contrario abiertamente al pacto y juramento con que se convinieron los pueblos al dejar el antiguo Gobierno español, al entrar en su independencia, al reconocer provisionalmente al Gobierno que debía regirlos (la Junta Provisional Consultiva de Guatemala), y el único órgano (el Congreso Nacional) que debía formar su Constitución y Ley Fundamental, y también por las funestas y graves consecuencias que (dicho oficio) puede producir".

Luego, la Diputación Provincial de San Salvador bajo la presidencia del Doctor José Matías Delgado, hizo ver "el peligroso estado de anarquía a que pueden venir los pueblos: lo uno, porque faltos de instrucción en materia tan delicada se ha dejado al discernimiento de los Ayuntamientos el partido que han de tomar; y lo otro, que es más sensible y funesto, que rompiéndose por el Gobierno el vínculo social que antes lo unía con los pueblos, los ha expuesto a la separación de él, y a la división entre unos y otros".

El 14 de diciembre de 1821, la Diputación Provincial de San Salvador enviaba un oficio a la Junta Provisional Consultiva de Guatemala, en el cual trataba, según sus propias palabras, "el punto más arduo y espinoso que se ha presentado en toda la época de nuestra revolución".

Los pueblos, decían nuestros mayores "se hallan en el peligroso estado de venir a una funesta anarquía, a consecuencia de la extraordinaria novedad con que se les ha sorprendido, mandando que los Ayuntamientos, en concejos abiertos, decidan sobre la adhesión a México cuando trataban de elegir sus Diputados para el Congreso que debe reunirse en esa ciudad (de Guatemala)", con base en el Acuerdo 2°. del Acta de 15 de septiembre anterior.

Los Ayuntamientos, según los próceres sansalvadoreños, no estaban en capacidad "de calcular las ventajas o perjuicios... en la unión o desunión a México" y, por lo tanto, "su resolución debe ser obra de la intriga o de la ignorancia".

Además, sus facultades "están limitadas a las atribuciones que les designa la Constitución... y ni en concejo pleno ni privado, tienen autoridad para tratar de una materia que necesita poder especial".

Por otra parte, no se podía derogar, así no más, "el pacto que con juramento han celebrado (los pueblos), de que el Congreso de sus Diputados, es el único órgano por el cual expresarán su voluntad en la materia (unión o no a México)".

"Como en los pactos - concluían los patricios de San Salvador -, las condiciones ligan mutuamente a las partes que los estipulan, es de eterna verdad, que cuando el Gobierno rompe lo que los une a los pueblos, pone a éstos en estado de no reconocerle y de constituir otras autoridades que los dirijan".

Así ha procedido la Junta Provisional Consultiva de Guatemala, especificaban, al derogar el Acuerdo 2°. del Acta de Independencia y por eso "son de temerse los tristes resultados que pueda dar semejante medida".

En igual fecha, la Diputación Provincial de San Salvador " como instalada bajo el Pacto, y juramento contenidos en el Acta de 15 de septiembre de este año", dirigió una larga y enjundiosa exposición al Capitán General Brigadier Gabino Gaínza, condenando la circular de 30 de noviembre anterior girada por este alto funcionario, pues "ha puesto a disposición del oscuro discernimiento de la mayor parte de los Ayuntamientos la resolución del negocio más delicado, más grave y más trascendental que ha ocurrido en toda la época de nuestra revolución".

Con toda verdad y energía, dijeron nuestros próceres en ese memorable documento: "Cuando el pueblo de Guatemala dejó el antiguo Gobierno español, entró en su independencia, y reconoció provisionalmente las autoridades existentes, se reservó al mismo tiempo el derecho imprescriptible que tiene de formar él la Ley Fundamental que se le ha de exigir; y dijo que sus Representantes reunidos en Congreso con los demás de las Provincias, serían el único órgano que el efecto expresase su voluntad.

Vuestra Excelencia oyó estos votos, se convino con ellos, los juró, los hizo circular por todas partes para que con las mismas formalidades y con igual solemnidad fuesen adoptados. No titubearon las Provincias que se unieron a Guatemala y sin condición alguna hicieron los propios votos de que ha resultado el pacto que hay entre los pueblos unidos, en el Gobierno reconocido".

"Para que aquel pacto pueda alterarse, era menester que los mismos pueblos que se ligaron con él espontáneo y generalmente, consintieran en las alteraciones; y aun cuando éstas se diga que son para provecho de ellos, no pueden ser ordenadas (como ha hecho ilegalmente Gaínza), antes que sean consentidas por los que han formado el pacto.”

“Al contrario, Excelentísimo Señor, es a juicio de la Diputación (Provincial de San Salvador), abiertamente opuesto a las leyes que arreglan la subsistencia y poder de las instituciones sociales, ya sean permanentes ya accidentales; y es conducir a los pueblos al desgraciado y funesto estado de la anarquía, y a los estragos de la guerra civil".

5. Atisbos de la Guerra Civil.

Y, como avisorando el futuro próximo, nuestros antepasados advirtieron al Capitán General: "Merced al carácter dulce de los americanos, es que no estamos ya, con las armas en las manos, sosteniendo unos la agregación al Imperio, y otros los juramentos que han prestado. ¿Pero, quién puede asegurar, que si esto no ha sucedido hoy, no sucederá mañana?".

Finalmente, pidieron a Gaínza "sea muy servido mandar a recoger la circular de 30 de noviembre y que los pueblos procedan inmediatamente a la elección de los Diputados para el Congreso de Guatemala, conforme al pacto con que pasaron del Gobierno Español, al provincial que actualmente rige; y así, sin duda, se evitarán las desgracias que son consiguientes a la anarquía.

El 18 de diciembre de 1821, en cabildo abierto, el Ayuntamiento de San Salvador se pronunció sobre el atentatorio oficio del 30 de noviembre anterior, y al respecto "acordó expresar al Excelentísimo señor Capitán General que no reconoce en S(u) E(xcelencia) ni en ninguna Autoridad de cuantas existen constituidas, la que se necesita para derogar el Art. 2°. del Acta mencionada de 15 de septiembre".

El 25 de diciembre de 1821 los patricios de San Salvador expresaban a las Diputaciones Provinciales de Comayagua (Honduras) y de León (Nicaragua), la conveniencia de la unión de estas tres entidades político- administrativas para evitar males futuros, de los cuales uno sería que estas provincias fueran "entregadas por Guatemala sin condición alguna" al Imperio Mexicano.

La guerra civil se perfilaba nítida en el porvenir de la Patria San Salvador se mantendría fiel a los pactos y a su juramento, fiel a la república y a la democracia.

Nada ni nadie haría vacilar la firmeza de sus convicciones políticas y estaba decidida a sostener, con las armas en las manos, sus ideales de regeneración social, mientras los "falsos creyentes" en un espurio Imperio - como apuntaron los comisionados constituyentes de 1823- "clamaban contra los republicanos caracterizándolos de herejes y francmasones".

El 29 de diciembre de 1821, el Brigadier Gabino Gaínza informaba al Generalísimo Almirante Agustín Iturbide, que ya había consultado la opinión de los pueblos del Reino de Guatemala sobre su incorporación al Imperio Mexicano y que "ningún asunto podía presentarse más digno de... (la Junta Provisional Consultiva), que la unión de Guatemala a un imperio poderoso que le promete tropas y dinero en caso de ser invadida”.

“Es grande este bien para pueblos que pasando de un Gobierno a otro pueden ser atacados por agresiones injustas. La unión es la fuerza de los hombres; y la América libre, unida desde Texas hasta Panamá, por el lazo de un solo Gobierno, presentaría el respeto al mundo, un Estado que sólo el sistema colonial o el espíritu de conquista puede ofrecer igual o de mayor extensión".

Llegó, por fin, el día en que se consumaría la gran traición a la Patria.

El 5 de enero de 1822, excediéndose a sus facultades y en abierta violación al Acta de 15 de septiembre de 1821, la Junta Provisional Consultiva decretó la incorporación del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano, pues "se halló: que la voluntad manifestada llanamente por la unión, excedía de la mayoría absoluta de la población reunida a este Gobierno".

Colocadas, por una parte, las armas de las provincias del Reino de Guatemala en manos de los enemigos de la Independencia y de la República, de los serviles adoradores de la monarquía y el poder absoluto; y por otra parte, ultrajados el pacto y juramento de los pueblos y amañados los votos de los ayuntamientos, pudo el futuro opresor de México, con la complicidad del dócil y cobarde Gaínza y por uno de esos sesgos inesperados de la veleidosa historia, fijar los límites del Imperio hasta el istmo de Panamá.

Así quedaron frente a frente, el criollo Agustín Iturbide que no pudo escuchar el apotegma del Libertador: "No hay poder más difícil de mantener que el de un príncipe nuevo"; y el criollo Simón Bolívar en su serena grandeza, clamando que no se podían fundar monarquías en América, según sus propias palabras, "en un suelo incendiado con las brillantes llamas de la libertad".


GUERRA CONTRA EL IMPERIO

1. Emancipación de San Salvador:

El 7 de enero de 1822 el Capitán General Gabino Gaínza circuló ofició a la Diputación Provincial de San Salvador, dándole noticia de los recientes acontecimientos políticos y trascribiéndole el acta ignominiosa contentiva de la anexión ilegal del Reino de Guatemala al Imperio del Anahuac, incorporación acordada dos días antes por la Junta Provisional Consultiva.

Aun cuando el Héroe de Iguala, mediante la felonía de Gaínza, hizo de las provincias del antiguo Reino de Guatemala "un trofeo de más a su necia y orgullosa presunción", de acuerdo al juicio crítico del presbítero Marcial Zabadúa, el gobierno provincial de San Salvador, observando que tal proceder del gobierno de Guatemala se había producido "contrariando el pacto y juramento del día 15 de septiembre" de 1821; y que, en cambio, la manera de actuar de esta provincia se contraía únicamente a ser "religioso y firme a los vínculos y juramentos con que dejó el Gobierno español y a reunir sus diputados para que decidan conforme a la ley de la suerte" de la misma, acordó el 11 de enero de dicho año: "Cuarto: que siendo la conducta del Gobierno de Guatemala, desde el 30 de noviembre próximo pasado, opuesta abiertamente a la cordura con que esta Provincia ha procedido, se separa totalmente de él, reservándose para que en paz y tranquilidad se una a México, si así lo dispusiere el Congreso, y se una por sí misma con las condiciones y decoro de un pueblo libre, sin permitir ser ofrenda y medio de negociaciones particulares".

Ese mismo día, se reunieron en las Casas Consistoriales, el Intendente Jefe Político Dr. José Matías Delgado, los señores que integraban el Ayuntamiento y la Diputación Provincial, así como el pueblo soberano en competente número; y observando, por una parte, que el 5 de enero de 1822 el gobierno central de Guatemala "se excedió de las facultades que le habían conferido los pueblos que lo constituyeron, entregándolos al imperio contra el pacto celebrado en el acta de 15 de septiembre último en que se reservó esta decisión al Congreso Nacional; y por la otra, que "dicha acta se juró solemnemente, y que, por lo mismo, ya los pueblos no están en plenitud de sus facultades para poder por sí mismo decidirse ahora por el imperio", acordaron "protestar de nulidad" la festinada incorporación del Reino de Guatemala al Imperio Mexicano.

Por lo tanto, se dispuso que "habiendo cesado el Gobierno Provisional de Guatemala, en consecuencia de su unión a México, el de San Salvador lo es respecto de la provincia (un Gobierno) provisional gubernativo, a cuyo efecto la misma Excelentísima Diputación Provincial queda constituida en ese carácter, siendo Presidente de ella el señor Intendente jefe político doctor don José Matías Delgado; quedando de consiguiente, todo lo económico, político, gubernativo, militar y judicial, independiente de la antigua capital de Guatemala".

2. Albores del Ejército Salvadoreño:

En igual fecha (11 de enero de 1822) y dada la gravedad de los sucesos se nombró Comandante General de las Armas, con el grado de Coronel efectivo, al prócer Manuel José Arce y se le encomendó la ímproba tarea de organizar la Fuerza Armada de la Provincia.

El diría años más tarde en su celebérrima "Memoria" editada en Jalapa, México, en 1830: "Cuando Guatemala y las otras provincias que componían el antiguo reino, se pronunciaron por la unión a México, que se había erigido en Imperio, San Salvador separó del todo al que antes había pertenecido para proclamar los principios republicanos; hizo su proclamación (el 11 de enero de 1822), y yo fui encargado de sostenerla con las armas a pesar de todas las probabilidades contrarias. Estas circunstancias me condujeron a representar en el nuevo orden de cosas un papel principal".

Y el ex-fraile y coronel mexicano don Rafael Castillo, en 1824, recordaría que en 1822 San Salvador "encargó a Arce el mando de las armas que aceptó sin rentas en fuerza de su patriotismo".

La resolucion del pueblo y autoridades de San Salvador cayó como una bomba de gran poder explosivo en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales de Guatemala.

A partir de ese instante el pensamiento dominante del Brigadier Gabino Gaínza, del Arzobispo fray Ramón Casaus y Torres, y de toda la aristocracia imperialista, fue la de someter a sangre y fuego a la provincia rebelde que había alzado heroicamente el gonfalón de la legitimidad; pero San Salvador y su máximo líder el Doctor José Matías Delgado, hábilmente secundado por el Coronel don Manuel José Arce y otros esclarecidos varones, eran en sus resoluciones más firmes que una roca y escribirían una de las páginas inmortales en la historia del nuevo mundo independiente.

3. Invasión de Gaínza:

La aristocracia inició apresuradamente sus maquinaciones. Había que domeñar a los soberbios republicanos que osaban desafiar al grande y poderoso imperio. Su primer éxito, pero solo aparente, fue que el partido de Santa Ana en la Intendencia de San Salvador, jurase adhesión a la monarquía mexicana.

El traidor Gaínza quiso, entonces, desmembrarlo de su legítima jurisdicción, para lo cual ordenó al Sargento Mayor Nicolás Abos Padilla, Comandante de Armas de Sonsonate, que avanzara sobre Santa Ana y protegiera con las armas imperiales su pronunciamiento a favor de la causa Iturbidista.

Delgado, en vista de este movimiento o invasión del suelo sagrado de la Patria, ordenó a Arce que recuperara la plaza y persiguiera el invasor; así lo hizo, y el 12 de marzo de 1822, se libró en el llano del Espino o del Espinal al norte de Ahuachapán, el primer combate que se registró en las fastos de Centro América, y que fue el primer triunfo de la República contra el Imperio.

Arce, al mando de 150 soldados, derrotó a 120 hombres de Abos Padilla, obteniendo como trofeos de guerra muchos fusiles y dos piezas de artillería.

De esta manera, San Salvador cumplía lo que había dicho a Guatemala, en oficio del 7 de febrero anterior: "la guerra intestina comenzará entre nosotros, porque Guatemala debe estar entendida que San Salvador no reconoce por derecho a la fuerza y que sí sabe que es un derecho revelarla".

El tornadizo Gaínza rabió al no poder doblegar a San Salvador ni atemorizar a Delgado y compañeros con el ruido de las armas imperiales; pero no quería dejar impune aquella rebeldía, ni sin revancha aquella derrota y afrenta militares, para lo cual empezó a organizar una "Columna Imperial", de 2,000 plazas, bajo las órdenes del Coronel Manuel de Arzú.

Entre tanto, ordenó que el escuadrón de San Miguel marchara contra "los fanáticos republicanos de San Vicente", que se habían unido a la causa de San Salvador. Los invasores propasaron el ímpetu del río Lempa y ocuparon sin resistencia la hacienda Concepción Ramírez, donde jefes, oficiales y tropa fueron sorprendidos con un ataque riguroso el 8 de abril de 1822.

Los días 9 y 10 se siguió luchando encarnizadamente y los artilleros Vicentinos lograron incendiar la casa de la hacienda y obligaron a los migueleños a evacuar el teatro de la guerra. En este segundo triunfo de la República contra el Imperio salió derrotado el monarquista Julio Gómez, sirviente del marqués de Aycinena, y obtuvo la resonante victoria el ex-fraile y Coronel mexicano don Rafael Castillo, auxiliado por el Sargento Veterano don Modesto Chica.

El 18 de marzo anterior había marchado sobre San Salvador la "Columna Imperial", con toda la soberbia de los aristócratas, destinada, según decían, a someter sin misericordia alguna, a aquella provincia republicana y rebelde.

La marcha, sin embargo, fue lenta y penosa, sin vistosidad y hasta ridícula, porque el Coronel Manuel de Arzú era un jefe militar inepto y torpe.

A duras penas, sin comprometerse nunca a una acción bélica, logró establecer sus cuarteles generales en Quezaltepeque y Apopa, y allí permaneció más fijo que el meridiano de Greenwich.

Arce abrió negociaciones de paz con Arzú y el hábil Delgado, que dirigía con singular acierto la trama de la historia, se burló del jefe expedicionario haciéndole propuestas, contrapropuestas y alargando hasta no más poder las negociaciones, para dar tiempo a que se cavaran más trincheras y se fortificaran los puntos estratégicos de Milingo, cuesta del Atajo, Callejón del Diablo, Ayutuxtepeque y Mejicanos.

En uno de los documentos de esa época, los sansalvadoreños dijeron a los guatemaltecos imperialistas que Gaínza no debía "introducir a la Provincia una guerra desastrosa y fraticida, que debe causar males incalculables", o sea, que no debería desempeñar el papel de vil agresor de quienes no tenían más delito que ser defensores de la libertad y del Acta de Independencia.

Al fin se fijaron los términos, no de la paz que habían solicitado los sansalvadoreños, sino de un armisticio que éstos impusieron ante las vacilaciones e incapacidades de Arzú.

Gaínza los rechazó indignado y propuso en cambio condiciones imposibles de aceptar sin perder el honor y sacrificar la dignidad. La acción de las armas se tornó insoslayable.

El 27 de mayo de 1822, el Coronel Manuel de Arzú movilizó sus efectivos a partir de Quezaltepeque. Por una maniobra inesperada e imprevisible en aquella época, en lugar de dirigirse para penetrar en San Salvador por el rumbo Norte, cuyos puntos estratégicos estaban bien fortificados, escaló el volcán de San Salvador o Quezaltepeque al frente de 1,082 hombres de todas las armas y después de un penoso transporte de las piezas de artillería por sinuosos terrenos, sorprendió a los sansalvadoreños atacando a las 7 horas del 3 de junio de 1822 los barrios del Calvario y Santa Lucía.

La lucha se entabló sangrientamente. Cada hogar de San Salvador era una fortaleza. Ni la superioridad numérica del adversario ni lo inesperado del ataque por el rumbo poniente, amilanó a los defensores de la ciudad rebelde.

Los guatemaltecos incendiaron 29 casas y llegaron sus vanguardias hasta asaltar infructuosamente las barricadas de la plazoleta de Santo Domingo (hoy Parque Barrios). A las tres de la tarde era incierta la victoria para uno y otro bandos; el hambre, la sed, el fuego, los muertos y heridos, la desesperación, formaban cortejo entre los atacantes y los defensores; pero a esa hora el Doctor Delgado ordenó que repicaran las campanas de todo los templos y se reventaran los cohetes de vara de todos los expendios de la ciudad: los guatemaltecos estimaron que los sansalvadoreños celebraban una resonante victoria y huyeron dejando todo el tren de guerra, ¡Así se consumaba la tercera victoria de la República contra el Imperio!.

La retirada del Coronel Manuel de Arzú y de su tropa imperial fue de lo más vergonzoso y risible, pues, como apunta el historiador guatemalteco don Alejandro Marure, "cada uno tomó el rumbo que le pareció más seguro, llegando el desorden a tal grado, que muchos oficiales abandonaron sus monturas (cabalgaduras) para huir entre las zarzas y malezas". Así, agrega, "quedó enteramente deshecha la primera columna imperial, dejando en poder de los salvadoreños, armas, equipajes y municiones.

4. Repercusiones políticas:

El fracaso del Capitán General Gabino Gaínza en su malogrado empeño de doblegar la resistencia de San Salvador por medio de las armas, conmovió la opinión pública y el ejército imperial se convirtió en el ludibrio y hazmerreír de los republicanos.

En sesión de 10 de julio de 1822, se conoció en el Congreso Constituyente Mexicano un interesante dictamen de su Comisión de Relaciones Exteriores. En este documento se expresa que San Salvador "no quiere que esta unión (al Imperio Mexicano) sea un efecto de la fuerza, porque su honor y el imperio mismo se interesan en que un acto por su naturaleza libre, no se empañe con los caracteres de la tiranía, engendrando la odiosidad donde sólo debe brillar la más pura fraternidad.

Esta conducta, lejos de ser criminal, es consiguiente a un pueblo caracterizado por el convencimiento de sus naturales derechos".

Y, en seguida, propuso que: "Si para sujetar la provincia de San.Salvador se ha usado de las armas, el gobierno hará cesar al momento las hostilidades".

El diputado por Chiquimula don Juan de Dios Mayorga, a quien San Salvador había encomendado su causa ante las Cortes Imperiales, expresó: "Que era falso... hallarse aquellos pueblos en anarquía, y de que un clérigo (el Dr. José Matías Delgado) estaba al frente de las tropas de San Salvador".

Don Pedro José Lanuza, salvadoreño por nacimiento y ultraimperialista por convicción, a la sazón diputado suplente por Guatemala en el Congreso del Imperio, "declaró contra el Capitán General de Guatemala, don Gabino Gaínza, por su mala conducta en dicho empleo, la cual tiene sumamente disgustados a los habitantes de aquellas provincias".

Don Juan de Dios Mayorga, en el curso de los debates, manifestó "que el Imperio no tenía derecho para sujetar por la fuerza San Salvador, ni a ninguna otra provincia".

El Pbro. Lic. Marcial Zebadúa, por su parte, especificó que Guatemala había iniciado las hostilidades contra San Salvador, pero "que no hay derecho para usar de la fuerza contra esta provincia para someterla.

Ella es tan libre para expresar su voluntad, como lo fue Guatemala, y lo ha sido el Imperio mismo; y estoy persuadido, que el medio de atraerla, no es el de la violencia.

Desde el año 1811, y luego en el de (18)14, dio pruebas de que merece ser libre, y lo ha confirmado en la época presente.

El Congreso Constituyente Mexicano después de un exhaustivo análisis de la situación, decretó que: "Si para sujetar a la provincia de San Salvador, se ha usado de las armas, hará el gobierno cesar al momento las hostilidades".

El prócer guatemalteco don José Francisco Barrundia, uno de los padres de la República, expresó en relación a los sucesos anteriores indicados: "San Salvador había derrotado la tropa alucinada que reunió (el Capitán General don Gabino) Gaínza contra su independencia del Imperio Mexicano; había proclamado y combatido por las instituciones republicanas; y en medio de ser una provincia remota aislada y sin recursos, era el espanto del tirano (Agustín Iturbide) y sus satélites (Gaínza y la aristocracia guatemalteca) por la osadía de sus esfuerzos, y por la rápida propagación de sus principios, que obtuvieron por último en suceso más pasmoso".

"Marchó (el Brigadier Vicente) Filísola contra aquel pueblo (de San Salvador) -agrega- que no tenía mas crimen que sostener nuestro gran juramento del 15 de septiembre (de 1821) y rehusarse a la prostitución del Imperio.

Las armas gloriosas de San Salvador sostenían el pendón de la libertad e independencia; el estandarte de la República; el lábaro de la democracia representativa; y, en la gestación de la historia de la Patria Nueva, seguía configurándose el binomio epónimo de un pueblo, consciente de su propia grandeza y de sus propias glorias: José Matías Delgado - Manuel José Arce.

"La causa de San Salvador - escribía el 10 de agosto de 1824 el prócer guatemalteco José Francisco Barrundia -, era la de Guatemala, la de México, y la de toda América, era aplaudida por los extranjeros, y resonaba con honor por todo el mundo".


INVASION DE FILISOLA

1. El relevo de Gaínza:

Ante la imposibilidad de que el Coronel Antonio Flon, Conde de la Cadena, comandara la "Columna Mexicana" de 600 plazas destinada a proteger en el antiguo Reino de Guatemala los pronunciamientos de sus provincias y ayuntamientos en favor del Imperio, el presidente del Consejo de la Regencia Generalísimo.

Almirante Agustín Iturbide y Aramburo, con fecha 27 de diciembre de 1821, nombró para ese destino al condottierre Brigadier Vicente Filísola, en atención a que este jefe asalariado tenía "notoriamente acreditados sus talentos políticos y militares, no menos que su honradez y probidad".

En la secuencia de los acontecimientos, el 23 de enero de 1822 fue nombrado el Brigadier Gabino Gaínza como Capitán General interino de Guatemala; el 24 de febrero siguiente, se instaló en México el Congreso Constituyente del Imperio al tiempo que el Brigadier Filísola y sus tropas se hallaban ya en Tuxtla, provincia de Chiapas; y a las tres de la tarde del 19 de mayo de 1822 era proclamado a pluralidad de votos de los diputados constituyentes, como Emperador de México, el Héroe de Iguala, quien en la noche anterior lo había sido, dice don Lucas Alemán, "como lo fueron los emperadores romanos, por la sublevación del ejército y los gritos de la plebe". Así arribaba un bastardo soberano al trono del Anáhuac, "el singular hombre de los siglos", como lo llamaría el Coronel Pedro José Lanuza.

El Licenciado Venancio López, ilustre abogado guatemalteco con mentalidad de siervo, manifestaba a fines de febrero de 1822 que las tropas imperiales de Filísola "quisiéramos que vinieran en alas del viento". No se cumplieron los anhelos de este prominente académico con la rapidez que exigía la concurrencia de sus amos; pero el 7 de junio de ese mismo año, las fuerzas de ocupación partieron de Quezaltenango y en la tarde del día 12 penetraron en la antigua capital del reino, algo menos que 600 soldados mexicanos. "Este fue un día de luto para los patriotas - apunta el historiador Alejandro Marure -, que vieron con dolor pisado por las huestes mercenarias de un usurpador el suelo que creían destinado a la libertad". ¡La magna traición de Gaínza estaba consumada!.

Mientras tanto, el 29 de mayo anterior Su Majestad Imperial Agustín I de México había ordenado, que el Capitán General interino Gabino Gaínza se reconcentrara en la capital azteca y entregara "los mandos político y militar de la provincia" al Brigadier Vicente Filísola.

En las instrucciones que éste recibió, por intermedio del secretario del Emperador, se le decía: "Una pequeña República (San Salvador) enclavada en una Nación poderosa (Imperio Mexicano) no puede prosperar ni contar con el porvenir que asegura a sus generaciones futuras la libertad y la paz, objetos que reunieron a los hombres en sociedad".

Y agregaban dichas instrucciones: " Pero las cosas tienen su término, y les llega su tiempo; ya es el de que San Salvador se decida y seamos amigos o enemigos; o lo que es lo mismo, hermanos unidos por amor y conveniencia, o provincia conquistada y agregada por la fuerza: la diferencia es muy notable para poder cavilar en la elección".

El falaz Iturbide había cambiado de lenguaje, pues en su carta al felón Gaínza, de 1o. de octubre de 1821, dijo que su empeño en favor de la unión de México y Guatemala "no tiene por objeto los amagos de una conquista cuyas ideas están por fortuna desterradas del mundo culto"; y en su comunicación del 19 del mismo mes y años, expresó que la Columna Mexicana, "numerosa y bien disciplinada, evitará en todas las ocasiones de emplear la violencia, y solo reducirá su misión a proteger con las armas los proyectos saludables de los amantes de su Patria".

El 28 de junio de 1822, Gaínza depositó los altos mandos en Filísola. Su carrera política había concluido prácticamente. No supo él aprovechar la hora de su gloria y la coyuntura de su inmortalidad, ni ubicarse tampoco en el recuerdo agradecido de cinco pueblos hermanos.

Entró en la historia como un Libertador, y se fijó en ella como el Judas Iscariote de Centro América.

2. Campaña militar de Filísola:

El 8 de julio siguiente, Filísola lanzó un manifiesto en que calificó al bastardo Emperador de México, como "el más grande héroe que conocen los siglos, por su liberalidad, bondad y desinterés". El mercenario se contaba en el número de aquellos soldados, cuya "obediencia era ciega y no conocía límites; que Iturbide era el jefe, el ídolo a quien reverenciaban, y que obedecerle era el único deber que conocían", al tenor del juicio del historiador mexicano don Lorenzo Zavala.

Siendo odioso al mundo libre el ruido de las armas y opuesto el Congreso Constituyente Mejicano a todo acto de conquista, el Brigadier Vicente Filísola fue obligado a abrir negociaciones en busca de un decoroso avenimiento con el doctor José Matías Delgado.

Este hábil dirigente político halló en esta apertura, ocasión para demostrar sus esclarecidos talentos y dilatar las negociaciones en tanto reforzaba las defensas de su liliputiense y heroica república y acrecentaba los implementos bélicos y la preparación de sus bisoños soldados.

En Guatemala, en presencia del condottiere Filísola, los delegados de San Salvador ciudadanos Coronel y Doctor Antonio José Cañas y don Juan Francisco Sosa y los delegados imperiales Coroneles Felipe Codallos y Luis González Ojeda, sesionaron durante varias jornadas; y el 10 de septiembre de 1822 se firmó un convenio que, en el peor de los casos, aseguraba la paz por lo menos en el lapso de tres meses.

Pero los acontecimientos incontrolables en épocas revolucionarias se atropellaban en el vasto Imperio. A fines de agosto, el espurio Emperador apresó en México a varios diputados y entre ellos a los representantes de la provincia de Guatemala: señores Licenciado José Cecilio del Valle, Licenciado Santiago Milla, Presbítero Canónigo Marcial Zebadúa y don Juan de Dios Mayorga; y el 31 de octubre siguiente cometía la torpeza de disolver las Cortes Constituyentes instaladas "el 24 de febrero del mismo año considerándolo hostil a su persona", como apunta en sus memorias "Mi historia militar y política" el General Antonio López de Santa Ana, para erigirse en un soez tirano y cavar el sepulcro del Imperio y de su Gloria.

En San Salvador, "la facción horrible que levantó contra todos los adictos al Imperio el cura D. José Matías Delgado", como llamaba a los conspícuos próceres el Presbítero salvadoreño José Ignacio Zaldaña, trabajaba decididamente por hacer prevalecer la república sobre la monarquía moderada y por desacreditar al usurpador del trono del Anáhuac.

El 26 de octubre de 1822, Filísola notificó a los sansalvadoreños, irrespetando el convenio de las negociaciones antes indicadas, que: "Por orden expresa de Su Majestad Imperial marcha sobre esa Provincia, pero no contra ella, la fuerza protectora de mi mando destinada... a restituir el orden y la paz, que se altera necesariamente en las transiciones políticas".

Y, en igual fecha, comunicó a las autoridades de la Intendencia que de orden del Emperador "debe unirse toda al Imperio, sobre la base de una entera sumisión al plan general de su gobierno (de Emperador absoluto), sin condiciones que la contraríen" y que el gobierno de esta provincia, "debe rendir y entregar las armas que actualmente tiene".

A los sansalvadoreños, que habían luchado por la libertad, la independencia y el respeto a la majestad de la ley, se les exigía, pues, una rendición incondicional, sin honor y sin gloria.

3. Se inician las hostilidades:

El 10 de noviembre de 1822, antes de iniciar las hostilidades, el Brigadier Filísola dijo en un "Manifiesto" emitido en Guatemala, que "las tropas reunidas (bajo mi mando) bastan por su calidad y por su número para destruir a la provincia de San Salvador, incapaz de organizar una resistencia que la haga triunfar de la fuerza física y moral que tiene a su disposición el Imperio".

Interin, fieles al pacto del 15 de septiembre de 1821, los pueblos de la Intendencia de San Salvador instalaron el Congreso General de la Provincia, como único organismo con capacidad para decidir la incorporación o no de este país a México.

El 12 de noviembre de 1822 se acordó la anexión al vasto Imperio del Anáhuac, siempre que éste aceptara las condiciones de San Salvador. Filísola respondió que llevaría adelante las órdenes precisas de S.M.I.: la de ocupar por la fuerza, a sangre y fuego si fuese necesario, dicha Intendencia.

Era una declaración de guerra, era la notificación de que la provincia seria conquistada por las águilas imperiales.

El 22 de noviembre de 1822, el Congreso General de la Provincia, bajo la presidencia del diputado Doctor José Matías Delgado, decretó:"la incorporación a los Estados Unidos de América", como uno de sus Estados federados; y el 2 de diciembre siguiente, al ratificar el acuerdo, se ordenó: "Que la provincia se ponga en defensa y resista la invasión que le amenaza".

El 13 de diciembre, Delgado manifestaba a Filísola que San Salvador "resiste y resistirá la invasión de las tropas de su mando"; y que él no está dispuesto a ofrecer, por paz a sus compatriotas, "el silencio y quietud que producen el sufrimiento y los clamores sofocados de la opresión".

Y gran visionario, como era el protoprocer Delgado expresó al brigadier invasor: "La opinión en su favor (en favor de la causa de San Salvador) progresa con más rapidez que (como) progresaba por la independencia.

Las provincias mismas del Imperio desean ser libres, y Ud. lo sabe muy bien y conoce que no tardarán en serlo", pues el fin del inicuo Imperio sería su estrepitoso derrumbamiento.

Filísola fijó su cuartel general en la hacienda Mapilapa, entre Nejapa y Apopa. Allí reorganizó y aumentó sus fuerzas a 2000 combatientes de infantería, 260 de caballería y 50 artilleros bien provistos de pólvora, mechas y parque.

Además, sus tropas tenían abundantes provisiones de alimentos y de agua potable y cancelados sus salarios al día; pero en sus oídos no dejaba de percutir el apotema del Doctor José Matías Delgado: "Un pueblo que lucha por su libertad no puede ser vencido".

Mientras el condottiere inspeccionaba las fortificaciones exteriores de los sansalvadoreños, en Chinameca se libró el 12 de diciembre un combate entre las fuerzas republicanas del Coronel Manuel José Arce y las imperialistas del Sargento Mayor Manuel Martínez, quien con 600 infantes, seis cañones y un cuerpo de caballería fue derrotado ignominiosamente.

El ex-fraile y Coronel mexicano Rafael Castillo relataría más tarde: "Yo convengo en que Arce, cuando emprendió sostener los derechos de los pueblos, no era militar; pero esto mismo recomienda su conducta y patriotismo.

Este sin los conocimientos prácticos de la milicia que Filísola decanta y cree poseer, nada omitió; él superaba con sus talentos la falta de aquellos conocimientos; él no perdonó recursos que estuviese en sus manos; él se presentaba en los campos del honor, como los más antiguos militares; él emprendía marchas que sobrecogían a sus mismos enemigos; él, a pesar de la delicadeza de su educación, sobrellevaba con vigor los trabajos de la campaña, tanto que admiraba a los mismos soldados; sin ser un soldado aguerrido, compitió con los que se llamaban militares; dígalo (el Sargento Mayor Nicolás Abos) Padilla en el Espinal, dígalo el ciudadano Coronel Manuel de Arzú el día 3 de junio, cuando intentó entrar en esta ciudad (de San Salvador), siendo cuadriplicada su fuerza (Columna Imperial) que la que la guarnecía; y dígalo (el Sargento Mayor Manuel) Martínez en las inmediaciones de Chinameca, que situado en una posición ventajosísima, lo vio impávido marchar delante de sus tropas, siendo esto la causa por qué aterrorizado abandonó el campo y se puso en vergonzosa fuga.

Jamás se vio a Arce en campaña, esperar o acometer al enemigo con fuerzas iguales, porque cuando menos eran dobles las contrarias".

Después de la acción de Chinameca y de los movimientos consiguientes de tropas, los ejércitos republicano e imperial permanecieron más o menos inmovilizados, hasta que el 14 de enero de 1823 hubo un encuentro bastante sangriento entre Guazapa y San José Guayabal, en el que los sansalvadoreños probaron una vez más su heroísmo.

El 7 de febrero de 1823, aprovechando que el Coronel Manuel José Arce se hallaba gravemente enfermo, Filísola atacó las fortalezas sansalvadoreñas de Ayutuxtepeque y Mejicanos.

La acción se entabló con todo vigor: en el frente de la cuesta del Atajo se distinguió por su heroísmo el Capitán Máximo Cordero y en el de Ayutuxtepeque el Capitán Fernando de Arcolsa, quien destrozado por una grande, tuvo aliento para decir a su esposa: "Entregad mi espada al Coronel Arce y decirle que muero con el dolor de no haber podido defender la libertad de la Patria".

Los bisoños defensores de la diminuta República, derrotados por una impresionante superioridad numérica de combatientes y de elementos bélicos, se replegaron a San Salvador, lugar donde el Comandante General de las Armas, según refiere el Coronel Rafael Castillo, dio orden "para que nos retirásemos con toda la fuerza, en consideración a los riesgos en que la pondríamos si el enemigo se apoderaba de ella por la fuerza".

Según el parte de Filísola, en aquella memorable acción los sansalvadoreños se defendieron "con un valor de que no se tenía idea"; y a las dos y media de la madrugada del día 8 recibió una diputación del Ayuntamiento de San Salvador que le presentó la siguiente comunicación: "La fuerza se ha retirado y la Ciudad está indefensa; puede V.S. en su virtud, ocuparla con sus tropas y el Ayuntamiento confía en la humanidad de V.S. para que el pueblo no sea saqueado, ni molestados sus vecinos pacíficos".

Efectivamente, a la media noche, salieron de San Salvador las fuerzas republicanas muy diezmadas por las bajas y las deserciones.

Iban al mando del segundo jefe Coronel Antonio José Cañas, pues Arce era transportado en litera o camilla, aquejado del mal de cámaras; pasaron por Olocuilta y Zacatecoluca en número de 800 combatientes; luego ocuparon San Vicente y San Esteban Catarina; y finalmente Sensuntepeque, donde un cólico hepático paralizó la acción de Cañas.

El ejército, si así podía llamarse a aquel hospital ambulante, siguió bajo las órdenes del Coronel Rafael Castillo, y ocupó el pueblo indígena de Gualcince (Honduras). Cubiertos, tan sólo por su honor, su lealtad y sus armas, los sansalvadoreños tuvieron que capitular el 21 de febrero de 1823 ante un ejército victorioso, de 2,000 soldados, comandados por el Brigadier Vicente Filísola.

Las Fuerzas Armadas de "la provincia heroica que le hizo frente al que se llamó Emperador de México", como diría más tarde el Coronel Rafael Castillo, fueron puestas a discreción, licenciados los soldados y dados de baja sus jefes y oficiales: "Concluida la guerra - dijo Filísola al gobierno imperial, en parte fechado en San Salvador el 26 de febrero de 1823-, no queda fuerza alguna armada

ni dispersa, ni reunión de hombres sin armas, quedando al servicio de la nación, 36 cañones de todos calibres, más de 1,000 fusiles, algunas carabinas y otras armas". La sombra del Imperio cubrió a la Patria con negros crespones, pero la lucha desigual no había sido en vano: el partido republicano que se derrumbaba en San Salvador por la acción de las armas imperiales, resurgía en México y hundía para siempre, en el oprobio, el trono de un tirano aventurero, "Por un acontecimiento maravilloso - escribía don José Francisco Barrundia- San Salvador no fue subyugado sino cuando cayó el tirano (Iturbide)".

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